Al referirme a Polifonía de la Piedra debo realizar, como tarea previa, una semblanza de su autor, pues muy pocas veces me referí a este aspecto, ya que en todos mis proemios me he avocado más a analizar cada uno de sus cuentos.
Feliciano Padilla nació el 17 de agosto de 1944. Su infancia andariega le permitió conocer muchos confines de nuestra patria. Muy joven posó sus alas en el altiplano llenando su corazón de belleza, de paisaje, de cariño e identidad regional en un neonatalicio que lo liga a Puno con más fuerza que los lazos de su cuna fortuita: “Nací por accidente en Lima el 17 de agosto de 1944, sin embargo no conozco Lima. La he visto unas cinco veces. He vivido toda mi vida en la Sierra y, particularmente, en Puno, donde me he formado como escritor y como puneño. Por eso, digo a todos que soy puneño porque realmente lo soy. Esta es mi tierra, aquí han nacido mi mujer y mis hijos, aquí está mi casa, mi trabajo y aquí tengo el más grande tesoro del mundo: mis amigos. Mis padres han muerto hace mucho. Eran abanquinos. Abancay es un valle hermoso. Viví allá los primeros años de mi vida. En realidad yo viví en muchos lugares del mundo andino (Padilla:1995).
Desde su infancia escanció, en sus experiencias, el ícor literario, fortaleciendo estos afanes con sus lecturas juveniles: “Cuando era niño recuerdo a mi abuela Alfonsa Miranda que solía narrar por las noches bellísimos cuentos quechuas; de seres gigantes y extraordinarios, de lagunas y cerros deificados que premiaban o sancionaban a los hombres; de cabezas de señoronas que habían sido licenciosas en su juventud, debido al cual, salían en las noches a recorrer los caminos saltando como chiwancos y, que al cruzar los cerros se enredaban en las pencas de los tunales o en los brazos nudosos de los qollis. Solíamos escucharla todos los familiares, incluso mis padres, tíos y vecinos; los niños nos peleábamos por ocupar los lugares cercanos a la abuela Alfonsa para no perder la magia de sus palabras, el poder de aquella voz de Diosa que creaba mundos descomunales y personajes misteriosos, delirantes” (Padilla:1994:22-23).”No empecé narrando cuentos, sino, haciendo poesía. De la vida del colegio guardo un volumen de poemas jamás publicado. Debo admitir que desgraciadamente no tuve un buen maestro de Literatura en Secundaria: El aprendizaje de biografías artificiosas, la memorización de relaciones de obras y fechas y, de apreciaciones críticas fuera de contexto, casi me llevaron a abandonar la Literatura. Menos mal que en la Universidad San Antonio Abad del Cusco tuve un gran maestro: el poeta Luis Nieto Miranda. Con él empecé a gustar la Literatura y después a conocerla. Y al conocerla llegué al convencimiento de que no servía para la poesía y que, mejor siguiera cultivando la narrativa” (Padilla:1994:23).
Concluyó primaria y secundaria en Abancay y, posteriormente, en la Facultad de Educación de la Universidad de San Antonio Abad del Cusco, estudió Lengua y Literatura. Allí, gustó de las lecturas literarias que le encomendaban sus catedráticos. Mucho recuerda de Luis Nieto, quien le asignó la lectura de varias obras literarias:”Hice la secundaria en Abancay y estudié lengua y Literatura en la Facultad de Educación de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco” (Padilla:1995).
En Nuñoa inició el ejercicio de su profesión y observó las vivencias y costumbres de los hacendados cuyos recuerdos aparecen en su cuento Manuela Inmortal. En Puno, cotidianamente, bebe del Titicaca la belleza de su policromía que le enseña a amar a este pueblo y su cultura milenaria, a respetar la grandeza de las chullpas y los templos. “Trabajé en el CES Túpac Amaru de Nuñoa, en el Glorioso San Carlos, en el Instituto Superior Pedagógico de Puno, y actualmente soy docente de la Facultad de Educación de la UNA. Trabajé en el nivel primario y secundario, antes de llegar al Pedagógico de Puno. Siempre tuve a mi cargo Gramática, Teoría de la Comunicación e interpretación de Textos Literarios”.
Como dirigente sindical se embebió en las corrientes políticas de Izquierda e incursionó en la literatura comprometida con poca suerte, pues sus relatos pierden soltura y libertad. “Tuve un aprendizaje discontinuo: Mi actuación como dirigente sindical, en la práctica, me separó de la literatura toda una década de l972 a l982”(PADILLA).
Se inicia como narrador en l984, publicando sus relatos en “Los Andes”. Su primer libro titula La Estepa Calcinada, que posteriormente reedita, al alimón con Jorge Flórez, en Alay Arusa, después de once años (l995). Varios de estos cuentos tienen un carácter testimonial y anecdótico, mientras que los demás tienen clara intención política: “Me llevó a publicar mi primer cuento el convencimiento de que el circuito de la creación literaria termina en el lector. Este cuento fue el País de los Urus, publicado en el diario Los Andes dirigido por el Dr. Samuel Frisancho. Posteriormente, este cuento fue parte de mi primer libro La Estepa Calcinada. Ha sido reeditada en Alay Arusa, después de once años”(Padilla:1995). Posteriormente, en un volumen, al alimón con la Tierra de los Vencidos de Jorge Flórez Áybar, publica Réquiem (1987), colección en que se intensifica la intención política. También, al alimón con Flórez Áybar presenta Dos Narradores en Busca del Tiempo Perdido, cuya intención, tal como lo expreso en el prólogo, es reivindicar nuestro pasado, desconocido para muchos, encontrar la nacionalidad que se constituye en motivo de nuestro orgullo y la denuncia por el injusto estado de las cosas. En 1998 aparece Polifonía de la Piedra, que como producto de la madurez de su autor muestra un elevado dominio de la técnica narrativa que le permite introducirnos en su lectura de comienzo a fin y, en diálogo agradable con el autor gozamos de una compañía tan amena a ratos, tan subjetiva en otros; sobre todo, tan grata que nos permite pasear por el país de sus sentimientos, los mundos imaginados y reales que crea, compartir aventuras con sus personajes y sonreír con la ironía que sutilmente esconde en cada narración. Sigue luego Calicanto, conjunto de cuentos editados como un homenaje a Arguedas y en reminiscencia de Abancay, la tierra de su infancia. Estos dos volúmenes se reeditan, ahora, en el libro que presentamos.
Los temas abordados por Feliciano Padilla en todas sus obras pueden sintetizarse como sigue:
Temas políticos que tienen clara intención subversiva. El guerrillero que muere defendiendo sus ideas como un héroe que se enfrenta a la muerte, a veces decepcionado por la traición de quienes son el objeto de su lucha reivindicativa, el que muere enfrentándose a la policía que ha descubierto sus actividades o la que alienta una subversión en su centro educativo y que al final es torturada. En la antología El Cuento Peruano en los Años de Violencia del doctor Mark R. Cox aparece como una muestra Sonata de los Caminos Opuestos, que se incluye en el presente volumen.
Temas anecdóticos que narran pasajes de la vida del autor cuya intención es retratar un instante grato, ya sea un viaje de excursión con los profesores de su centro de trabajo u otro incidente cotidiano. En éstos resalta la nota picaresca o jocosa que arrancan una sonrisa a los lectores.
Temas histórico-sociales, con clara intención étnico-reivindicativa. Son los mejor elaborados, pues, se usa la simbología, y los personajes encarnan ideas y están hábilmente caracterizados para cumplir el fin que su autor les ha consignado.
En cuanto al narrador, Padilla transita en los tres planos. Algunas veces emplea el yo protagonista, sumergiéndose en el relato a fin de expresar sus emociones frente a los hechos narrados. Otras veces se sitúa desde afuera permitiendo que sus personajes sean los que van delineando la historia a través de sus acciones empleando el yo omnisciente o el narrador creado, otras veces el narrador creado se ubica dentro de la historia y va relatando sus propias aventuras y las desgracias que le han ocurrido y él como testigo escucha pacientemente la narración de su interlocutor. El yo testigo, le permite adentrarse en el relato a fin de compartir las emociones con los protagonistas del mismo. En este caso describe a sus personajes con mayor incidencia en las cuestiones psicológicas.
Los personajes de Padilla, son de varios tipos: El guerrillero, que siempre muestra valentía y arrojo en defensa de su lucha y sus ideales. No le importa enfrentase a la muerte o a la tortura, asume actitudes decididas y su heroísmo raya en lo imposible. Manuel de Sonata de los caminos opuestos muere bajo la pila de cadáveres que han caído en la lucha. “Muere de sublime amor por sus hermanos, de frustración fatal”. Otro tipo de personaje que crea Padilla es el mutante-simbólico, que representa ideas, se muta cambiando de forma y naturaleza, como aquél, que a las finales se convierte en un fiel perro que acompañó hasta la muerte a su amo-patrón a quien como si fuera su conciencia le repite sus pecados y sus culpas. Atok Saikuchi que de su aspecto humano se convierte en Chullpa Tullu representante de la vieja cultura Kolla que por siglos sigue realizando sus prácticas culturales junto a sus congéneres que convertidos en esqueletos ofrecen rituales al sagrado lago. En algunos cuentos aparece la matrona andina, respetuosa de sus valores culturales, respetuosa de su dignidad y dueña del aprecio y simpatía de mistis e indios. Recientemente crea el gamonal abanquino, dueño de su justicia, orgulloso de su pericia en la doma de potros y mujeres y vengador de afrentas en abigeatos impunes.
Los escenarios de Padilla son, en sus cuentos iniciales, la meseta del Collao y posteriormente se extiende a otras zonas de los Andes, en las que vivió, como Abancay, Cusco, etc. Sus descripciones están llenas de sentimiento. Padilla, encuentra en el paisaje puneño un grato motivo. Los pueblos alejados, sus costumbres y sus fiestas típicas son lugares donde sus personajes desarrollan su trama. La pampa y la estepa azotadas por las inclemencias del clima cuyo paisaje tiempla al hombre hasta hacerlo de roca. Los caminos desolados que transita en la oscuridad de la noche, el cerro de Huajsapata que como vigía sirve de lejano observatorio del maravilloso lago puneño, la vieja casona en que vivió en Abancay o el viejo puente donde con sus amigos jugara en su infancia. Estos escenarios están descritos con breves pinceladas que dejan un sabor de belleza y nostalgia en el lector. Las calles de Puno con su días festivos en los que un desfile sirve de motivo jocoso para las andanzas de un borrico que da rienda suelta a sus instintos frente a la concurrencia que se ha dado cita.
Padilla, entre los narradores puneños, emplea con mayor acierto la técnica circular. Inicia, a veces, su relato por el final para luego a través de las acciones llegar al mismo después de haber desarrollado la trama. En otros casos la ruptura en el tiempo le permite saltar de un hecho al otro para luego retomar el desarrollo de los sucesos. Las descripciones y los diálogos se intercalan en la narración con gran facilidad. En este caso hay clara intención de combinar formas lingüísticas que, en parte, retratan el habla lugareña, aunque no se logra plenamente. Los planos superpuestos son un recurso que se emplea en muchas ocasiones. Igualmente, los monólogos interiores constituyen una herramienta muy útil para hurgar en la conciencia de los personajes.
¿En qué corriente literaria se ubican los cuentos de Padilla? En los Andes peruanos coexisten dos etnias y, por lo tanto, dos culturas: la citadina y la indígena. La primera que es prolongación y pervivencia de la imposición española con marcadas características del sincretismo, producto de la influencia indígena, que le ha permitido asumir algunos patrones que la diferencian de lo puramente español, que llamaremos occidental. La segunda, producto de la pervivencia de lo indígena, también marcada por el sincretismo y con mayores huellas de lo occidental, debido al embate colonialista que por más de quinientos años ha tratado de destruirla. Esto genera la coexistencia de dos tipos de literatura, que por la situación de diglosia y la convivencia cultural tienen rasgos propios con permanente interinfluencia, creando manifestaciones diferentes al fenómeno literario mundial: el indigenismo y la literatura andina. Los rasgos básicos de cada una de ellas tienen diferencias, pero ambas son la expresión del Perú profundo que clama por la reivindicación cultural de la sociedad andina. En la primera se torna protagonista el indio, que se envuelve en su paisaje y su cultura, siendo las lenguas nativas y, en muchos casos, el castellano entremezclado con éstas, el medio del que se vale el arte para trasmitirla; mientras que en la segunda, el vehículo de expresión es el castellano. Llamamos literatura andina a la que expresa el alma de los pueblos de la sierra, utilizando el castellano, haciendo protagonistas a los mistis, con todas las implicancias que trae el sicretismo que crea un hombre y una cultura que viene buscando su identidad desde sus raíces andinas. A esta última pertenece Padilla en los cuentos del presente volumen.
Grata sorpresa constituye para la literatura puneña la nueva publicación de Polifonía de la Piedra, que es producto de la madurez literaria de su autor y el elevado dominio de la técnica narrativa; pues nos presenta cuentos que interesan, agradan y deleitan, embebiéndonos en su lectura de comienzo a fin. En su primera publicación, presentaba una estructura diferente, y hoy, aparece de una fusión de éste con Calicanto.
Inicia el libro con un cuento que forma parte de FUEGO Y LOS CUENTOS GANADORES DEL PREMIO COPÉ 1996, publicado por Petro Perú-, cuyo título es AMARILLITO AMARILLEANDO, que desde la partida, desubica al lector interesándolo en otra temática que al final nada tiene que ver con el motivo del relato.
Amarillito Amarilleando apareció en 1997 y sus acciones trasuntan recuerdos que saturados de ternura narra el protagonista de la historia. En la presentación del cuento cuando fue seleccionado como uno de los ganadores en el premio COPÉ de aquel año dije: “La lectura de Amarillito Amarilleando de Feliciano Padilla Chalco justifica la decisión del jurado para considerarlo como uno de los seleccionados del premio COPÉ. En realidad los críticos no se han equivocado esta vez, pues el cuento constituye una tierna muestra de la narrativa neo indigenista, en la que se funden en feliz acierto elementos de la cultura occidental con valores indígenas, en un sincretismo netamente andino. Pero, los valores de este bello cuento no radican sólo en este aspecto, sino en que cada uno de los significantes parciales conforman una verdadera estructura semiótica cuyo mensaje sale de los límites del regionalismo chauvinista. Un somero análisis nos lo demuestra: La historia gira en torno a una peste ocurrida en Abancay, hace muchísimos años, posiblemente una hepatitis infantil que llevó a la tumba a la niñez de entonces, pero al rededor de ella se crea un mundo fantasioso, irreal, producto de la imaginación del autor: la fiebre causa estragos inverosímiles como el de hacerle hablar aimara al Simuco que nunca había tenido contacto con dicha lengua o el de brindarle poderes demoníacos y fuerza descomunal al extremo de arrojar con la mirada a las personas y las cosas. Con esto Padilla nos envuelve en un mundo de fantasmas y extraordinariedades que mantienen al lector en un suspenso permanente. La ruptura en el tiempo transporta al lector desde nuestra época, hasta la de una infancia secular y desde aquélla lo retorna a nuestros días con el artificio de un relato puesto en boca del protagonista. Para esto se presta la presencia de Nolberto Secada, un tísico desesperado que recurre al Benedicto para su curación”(CÁCERES:1997).
En este cuento, Padilla ubica al narrador en el eje de la historia, como protagonista; es Benedicto Morales quien relata su propia historia, escondida por un esguince que se desentraña al final, una ruptura feliz en este caso. De esta manera nos introduce a su mundo de recuerdos infantiles, tiernos y desesperantes, en que se enfrenta con la muerte adquiriendo, en el trance, poderes curanderiles. Así Padilla introduce al lector en su relato, lo conduce a compartir y convivir la experiencia del niño, con Nolberto Secada, que también escucha la historia dentro del cuento, como uno de los clientes del viejo curandero a quien éste relata la conmovedora historia de su infancia en Abancay.
El escenario del cuento es Abancay, un lugar donde las tradiciones ancestrales constituyen el eje de las vivencias y que en este caso se plasman durante una peste que asoló aquella ciudad. Anteriormente dije que la aventura ocurre en Abancay, un pueblito pequeño en aquel tiempo, donde lo estrecho de las calles y lo natural del paisaje, con los pisonayes, y los otros arbustos del valle, comparten con los hombres y los niños sus alegrías y sus tristezas, sus juegos y sus trabajos, sus dudas y sus creencias, formando la verdadera familia andina donde hasta los objetos respiran un espíritu vivencial: “nuestras voces competían con el coro de los jilgueros que nos cantaban desde los pisonayes..”. De esta manera el relato se sumerge en el mundo neoindigenista(1997). Hoy pienso que esta aseveración es discutible porque este rasgo constituye más una emergencia de substrato, porque los personajes no se pueden identificar como indios y el escenario no es totalmente indígena.
Los personajes del cuento son habitantes de la ciudad y han asumido, en gran medida, los valores de la cultura occidental; no muestran características de la cultura indígena ni la intención es revalorar al indio. El personaje central es Benedicto Morales, un viejo curandero de los muchos que hay en los pueblos andinos; su figura se sume en la leyenda, pues su longevidad es irreal (pasa de los cien años), pero su personalidad nos vuelve a la realidad, es flaco y alto, habla como lo hacen los habitantes citadinos de la sierra y tiene poderes para curar, sacar los males del cuerpo y del alma, compartiendo a la vez este mundo y el de la mente de Padilla, que no es otro que el mundo andino. Benedicto es una creatura de Padilla para representar el mundo mágico de la cultura andina: en su niñez el mal estuvo a punto de matarlo y sólo se salva por los exorcismos del padre Salustiano Ballón, típico cura de pueblo contagiado por las creencias andinas. La lucha con la muerte otorga a Benedicto poderes mágicos que le permiten hacer el bien o el mal, los que puede usar a discreción, pero que sólo usa en estricta aplicación del principio de la reciprocidad. No puede hacer el mal en pago de un buen comportamiento y, viceversa. Todos los personajes se mueven en este entorno, expresión del realismo mágico en nuestra literatura, donde la realidad se muestra con una idealidad, producto de la cultura y el animismo con que el indio prodiga a su entorno (1997).
El lenguaje empleado por Padilla, desde el título, es el castellano andino, con los valores indígenas recreados; con desinencias marca diferentes frases nominales muy bien empleadas: “Amarillito amarilleando, esta tosedera del carajo, no cacarees como vieja gallina que ha olvidado de ser ponedora, etc”. Es necesario subrayar que en ningún caso se cae en lo chabacano, muy por el contrario Benedicto es un modelo del hablar andino (1997). Sin embargo, la estructura lingüística no es la del quechua u otra lengua indígena, es el castellano regional y se lo emplea con la finalidad de contextualizar más vivamente las acciones.
El argumento es como sigue: Nolberto Secada acude ante un curandero para que éste lo trate de una tos constante que lo aqueja. En conversaciones con Benedicto Morales se entera de los estragos que causó una peste que mataba a los niños luego de teñirlos de amarillo. El único que se había salvado fue Benedicto, el curandero, gracias al exorcismo que practicó el padre Salustiano Ballón. Esta circunstancia tan especial le otorgó poderes sobrenaturales a Benedicto, un curandero extraordinariamente longevo.
Reitero lo que dije respecto a Amarillito Amarilleando: Es un a tierna historia de recuerdos infantiles. Rememora los furores de una fiebre que, cubriendo de amarillo los cuerpecitos infantiles, diezmó a la niñez en Abancay. El narrador transita del Yo testigo al Yo protagonista; con un final inesperado. El protagonista narra su historia fingiendo ser otro y, sólo al final, confiesa ser el héroe. El hecho de delirar en una lengua incomprensible para el entorno, que el lector debe colegir que es el aimara, plantea la emergencia del substrato cultural que rebrota en este pueblo. Nos alegra que Feliciano Padilla Chalco haya logrado un lugar de privilegio en la narrativa peruana, pues ha sido seleccionado con mención honrosa en premio BIENAL DE CUENTO COPE 1996. En realidad, Amarillito Amarilleando lo merecía. Es una bella historia en que se rememora una peste en Abancay donde el personaje central está a punto de morir y adquiere, en este doloroso trance poderes mágico curativos. De esta manera, en el relato se engarza lo mágico andino con lo real maravilloso. Creo que este relato debe tomarse en cuenta como texto de lectura en los colegios de nuestro medio por los rasgos que lo caracterizan. En el prólogo de Calicanto dije que la obra es un joyerito de recuerdos infantiles que trasuntan ternura desde cada una de sus aristas. Con él su autor, Feliciano Padilla, rinde un afectuoso y trascendente homenaje al más grande de los narradores peruanos: José María Arguedas. ¿Habrá forma más justa de cumplir este cometido? Calicanto brinda al laureado narrador, joyas de su propia cantera, duraznos de Abancay con el sabor serrano que él supo imprimir a sus cuentos y novelas. Éste es un acto de justicia engendrado en el vientre de nuestra cultura nativo-americana por uno de sus valores: la reciprocidad, expresión del alma indígena. Es innegable, que la infancia vivida en aquellos valles escondidos del Apurímac, donde las cumbres se empinan tocando con su cresta la inmensidad celeste y las insondables simas descienden hasta las profundidades más remotas, acariciando el corazón de la Pachamama, hayan dejado en ambos narradores, una huella indeleble. El calor de su gente, la belleza de su paisaje y su sabor andino calan el alma, minuto a minuto, y quienes con gran sensibilidad los gozan, no tienen más alternativa que florecer en colores de ternura y expresarlos en inolvidables narraciones que cautivan, enternecen y distraen. Los personajes de este libro son fruto de los recuerdos y la imaginación de Padilla. Han sido recreados de la realidad y de las lecturas; son fruto de la niñez vivida en el sencillo transcurrir de una aldea inolvidable y de una mente creativa y transformadora, y se mueven en la tierra y en el mundo de la ternura en que los envuelve. El Tuco Villegas, es de los primeros, y Nazario Rodríguez es una reencarnación andina e indigenísima del Hijo Pródigo. El mundo de este libro es Abancay, el valle de los pisonayes, retamas, cañaverales y duraznos donde el hombre practica la hermandad, reciprocidad, ternura y sencillez, espontáneamente. Éste envuelve a las narraciones en un halo especialísimo, telúrico y sencillo, “con la hediondez sencilla de la cocina de todos los días” (Churata). Es el mundo de una cultura sincretizada en que la Biblia occidental convive con la imaginación magicotelúrica del mito andino; el individualismo español, se da la mano con el colectivismo indígena; el egoísmo europeo se abraza con la reciprocidad india. En fin, un mundo de contrastes en que la geografía y el hombre conviven intercambiando experiencias, intertransformándose y reciclándose en una dialéctica sencilla y profunda. El narrador se ubica en ángulos distantes, llevando de la mano a los lectores, en un ir y venir de ternuras y recuerdos, de vivencias dulces y acres, de fantasías y soledades. Transita del distante yo ajeno a los hechos, para contemplar desde lejos las vivencias de los personajes, hasta el yo protagonista o testigo que nos envuelve en el mundo creado por su autor, tan cercano, que los hechos queman o endulzan el alma porque estamos conviviendo la historia de los personajes. El dominio de este plano expresivo, como técnica narrativa, sólo encontramos en Padilla, dentro de todos los narradores puneños que han publicado obra. No en vano, es ganador de varios certámenes literarios regionales y nacionales. Las historias evocan recuerdos infantiles y distantes, recreadas unas y creadas otras, en todas ellas el lector se embebe en la trama urdida hábilmente por el autor y recubierta de una ternura que deleita y despierta, en quienes leen la narración, deseos de compartir con los personajes un momento de la felicidad o desgracia en que se mueven. Historias que suavemente van transcurriendo en la amenidad del relato. El lenguaje es propio de la zona serrana en que se desarrollan las historias. Los personajes hablan como lo que son, conduciendo al lector, de esta manera, a compartir el mundo andino en toda su intimidad, sencillez y sabor terrígena. Es el castellano serrano, recargado de modismos y autenticidades en la forma de construir oraciones y crear términos más expresivos de su intimidad. Por esto los personajes son abanquinos, distantes de los costeños, aunque algunos hayan vivido allí.
Manuela Inmortal es la historia de una matrona nuñoeña que asiste a su propio entierro personificado en un ataúd que ella misma había adquirido para sus funerales. Manuela es el prototipo de la matrona de las pequeñas ciudades andinas, corporizadas en Nuñoa: Con bondad y belleza, riqueza y larguedad, vigor físico y espiritual, fuerza de carácter y decisión defiende su posición social y económica y se convierte en dueña de hombres y bienes, en fuente de ilusiones y esperanzas y, sobre todo, en el nexo cultural entre la ciudad y el campo, a cuyos habitantes manipula gracias al conocimiento y práctica de los valores culturales de ambos. Como personaje es uno de los mejores logrados por Padilla. Manuela con su belleza engatuza a las autoridades y logra muchos beneficios del favor de éstos; con su largueza consigue el aprecio y la admiración de los suyos; con su vigorosidad y carácter extiende sus dominios y los defiende de cuantos atenten contra su patrimonio y su persona; con su fortaleza vence a la misma muerte que se aleja de su lado aunque ella la espera valientemente; su longevidad y donosura destruyen ensueños e ilusiones vanas. Pedro Amador ve destruirse en aquel funeral sus sueños de riqueza que a través de la herencia adquiriría y, muchos ilusos enamorados, se asfixian ante su vitalidad. En este relato la ironía se esconde tras la seriedad del tono, y el buen lector sonríe detrás de los párrafos redactados con aparente seriedad. ¡Este es un gran acierto de Padilla! “Manuela Inmortal es una muestra del universo de Padilla, historia que subyace en lo bruno, las costumbres, la fatalidad y el poder; a partir de esta realidad es posible la recreación y la valoración de las formas de expresión de la conciencia social (cultural) y la ideología que emana de aquélla; el ámbito andino se retuerce y se enriquece. Es una obra interesante que podría incluso convertirse en una novela, por el uso de la técnica, el uso de escenas reiteradas que no es para alimentar una morosidad innecesaria. Por el contrario, anima el refrescamiento constante de la mente del lector, de modo que éste, al finalizar el cuento, todavía está en condiciones de recordar el principio; y por ello, la calidad arquitectónica del cuento no se ensombrece” (Escri Viendo, 1993).
A qué volviste Nazario es una recreación andina de la parábola bíblica El Hijo Pródigo. El cuento pretende reproducir el argumento de dicha parábola trasladando los hechos al Perú y, concretamente a la ciudad de Abancay de dónde salió Nazario, como todo provinciano, llevado por la ilusión de encontrar la felicidad en la capital destruyendo sin vacilaciones la fortuna paterna que significaba el trabajo de 40 años de don Raymundo y su familia: “Nadie te puso un machete en el pescuezo y te obligó a que tomaras ese camino de enredaderas. Claro era la edad en que a uno le entran las calenturas a la cabeza y; te fuiste sin decirle a nadie esta boca es mía. Y ahora me vienes a decir, después de treinta años, que radicaste en esa tierra de wiracochas que le llaman Lima; que te fue peor que al pobre chiwanco en tiempo de secas; que tu mujer te ha echado de la casa como a un perro sin dueño. Dices, que construiste una casita en Comas, casona debió ser, porque te llevaste el trabajo de cuarenta años de papa Raymundo...”(PADILLA:99:17). Por esto, Matías castiga a Nazario, su hermano mayor, y le obliga a volver sobre sus pasos, pues con su huida ha roto sus lazos y leyes familiares. Raymundo, que reconoce a su hijo obliga a Matías a perdonar, invocando para ello el principio de reciprocidad: “Tú, estando conmigo, no tuviste ni tendrás que preocuparte de nada. En cambio Nazario estuvo como peregrino afanado en sus andanzas y, hoy, al volver a casa le ha dado el calor que le faltaba a mi sangre” (PADILLA: 99:22). El pecado de Nazario no sólo es huir de la casa paterna recibiendo la herencia anticipadamente, es más que eso, la ruptura de los lazos familiares y de las normas y valores en que se sustenta el hogar andino. El hermano menor, Matías, castiga y recrimina la vuelta de Nazario, hermano mayor, quien al irse de Abancay enfrió el calor del hogar, llevándose no sólo la ternura que le brindaron, los bienes producto del trabajo colectivo del hogar conformado por papá Raymundo y los hermanos Rodríguez; sino infringiendo las leyes de la reciprocidad que constituyen el cimiento de la economía y la moral de los pueblos indios. Matías le recrimina esta conducta, recordándole lo infame de su proceder y el castigo divino, como una manifestación de la reciprocidad andina, que lo ha vuelto infértil como la aridez de los desiertos costeños, ¿una manifestación velada de la incesante lucha cultural costa-sierra?: “¿que vivías ahí con tu mujer y que no diste frutos? Dios debió castigarte y te marchitó la semilla convirtiéndote en un duraznero seco que no da sombra, ni fruto, así le prendas siete velas a la virgen”(PADILLA:99:17). Este castigo, que interrumpe el ciclo eterno vida-muerte, que no le permite la reproducción, le da al cuento un sabor muy andino, tan distinto al pensamiento actual donde el control de la natalidad es un ingrediente de la felicidad. Al final el perdón no es si no la obediencia a la autoridad paterna, pues Matías más que perdonar obedece la orden de Raymundo, como él mismo lo pide. Es una manifestación de otro de los valores andinos, el respeto a la autoridad paterna y a los vínculos familiares que son más fuertes que todos los demás: “- Matías, hijo mío, lleva a Nazario a casa y preparemos un carnaval en su nombre, como si fuese febrero -ordenó el viejo con voz estentórea...- Así se procederá, Matías. Y comprenderás lo que estoy haciendo sólo cuando seas tan viejo como yo. Por favor obedezcan mi autoridad, aunque esta sea la ultima vez que lo hagan”(PADILLA:99:22). El perdón, concedido al final de la historia, no es un perdón cristiano simplemente, es un perdón que duele y que contagia, pero que se cumple sólo por la ternura del padre que eternamente amará y convivirá con sus hijos, aunque éstos lo hayan herido en las profundidades del alma. Es el amor de la familia andina, sólido, inquebrantable y dulce. La narración, por lo tanto, es una expresión auténtica de valores andinos como la reciprocidad que se manifiesta en la actitud de Matías que trata de castigar el comportamiento negativo de Nazario, con otra acción también negativa, la expulsión del condenado, que igualmente aparece como un rasgo de lo andino e indígena en Ushanan Jampi de López Albújar y que en este cuento se manifiesta como conducta aprendida por los mistis; la fuerza de los lazos familiares que sobrepone la obediencia filial sobre los sentimientos de justicia, mostrada en la conducta de Matías, prevalecese gracias al mandato de Raymundo que en forma de súplica se hace imperativa.
En esta historia el narrador se ubica inicialmente como testigo convirtiéndose al final en omnisciente, en un tránsito imperceptible para el lector, lo que permite al autor expresar los sentimientos de la familia desde un ángulo interior de la misma. El odio e indignación de Matías se conoce de sus propios labios:”¿No estás contento con todito lo que le hiciste a papá? ¿Qué otras jodederas te propones contra nosostros?... Tu sangre gangrenada con sabe Dios qué clase de mujeres es miel de primera para estas sanguijuelas... Pero qué coraje, volver a la querencia después de toda la saladera que nos dejó... Por eso, carajo, apenas lo domé tuve que echarle en cara toda la basura que nos dejó en el corazón. Ganas no me faltan de amachetearlo o meterle un balazo en la cabeza”(PADILLA:99:18-19).
El personaje principal es Nazario, hijo mayor de don Raymundo y hermano de Matías. Joven alocado que abandonó la casa paterna llevado por la ilusión de la capital. Al marcharse renunció a su mundo, a su querencia, a la tranquilidad de su hogar y a la protección paterna. Derrochador y mujeriego, no tuvo suerte en la capital y vuelve al hogar en busca de todo lo que había perdido “No te acostumbrarías a esta vida de chacareros. ¿Acaso te gustaba la zafra y llevar sobre el lomo arrobas de caña hasta la molienda? Eso sí, eras el primerito en la tomadera del upi y el cañazo. ¡Ah! Y cómo te gustaban las cholitas, a las que tomabas verde-verde, sin que aún terminaran de brotar sus florecillas. Eras un demonio, llevabas cañazo a la ciudad y te emborrachabas con tus amigotes de Wanupata y te agarrabas a golpes con los caporales de Patibamba para hacer prevalecer la calidad de nuestro cañazo” (PADILLA:99:19). Fue castigado por su infamia pues Dios le negó su descendencia. Nazario representa al provinciano de la sierra que arrobado por el alocado ensueño de la capital rompe las ligaduras que lo atan al hogar y se marcha en busca de mejores horizontes, sin parar en mientes destroza el equilibrio del hogar y sólo encuentra desilusión y miseria en ese otro mundo que no es el suyo. En contraste, Matías, el hermano menor, es fuerte y apegado a sus costumbres, conoce las debilidades de su hermano y lo desprecia. Actúa motivado por la reciprocidad que lo obliga a desterrar a Nazario, luego de enrostrarle su mal proceder y de escupirle todo el odio que había engendrado en él su actitud traidora. Es el serrano orgulloso de serlo, conocedor de su medio, de la belleza y prodigalidad de su tierra, de la sencillez y candorosidad de sus moradores y de la ternura del padre de ambos. Le dolía en carne propia todo el llanto paterno causado por el hijo mayor. Pretende hacer justicia por sus manos, pues la justicia es tarea de todos y no sólo de las autoridades. La justicia se muestra en las acciones y no en leyes: “No le pongas más trancas a esta salida; no dilates tus sufrimientos, hermano, comprende lo que te digo: lo tuyo está zanjado y nada tienes que hacer por estas tierras”(PADILLA:99:19). El padre, Raymundo Rodríguez, es un hombre trabajador cuya riqueza era producto de su laboriosidad unida a la prodigalidad de la tierra. Rudo y bondadoso que como padre representa el amor y el calor del hogar, es el vínculo que une a los hermanos con lazos que no pueden romperse ni con acciones malas como la de Nazario. Su autoridad es la que mantiene a la familia en las buenas y en las malas. No es un indio, sino un mestizo que ha asimilado los valores culturales de la sierra, valores que lo conducen al éxito y al perdón.
Los personajes hablan el castellano abanquino, sazonando el relato con aderezos propios de aquella tierra. Como el narrador testigo es Matías, el estilo dialogal-monologado es el que mayormente se utiliza. Este personaje-narrador utiliza términos locales como: todito, jodederas, amarradera, pescuezo, jajaillas, chanchullos, arrebatoso, etc., también emplea dichos del habla popular de la sierra, en comparaciones como: “te fue peor que al pobre chiwanco”, “te ha echado de la casa como a un perro”, “el río brama como toro endemoniado”, “En aquel tiempo era un chiuchicito sin espuelas ni coraje”. Si se observa en todas estas comparaciones se anima la naturaleza. Padilla extrae de la vena popular sus expresiones que al ponerlas en boca de sus personajes le dan un mayor realismo: “era la edad en que a uno le entran las calenturas”, “te marchitó la semilla”, etc. No se insertan términos quechuas, como en el indigenismo, y sí se encuentran muestras de substrato como el diminutivo, los nombres de lugares, que se han colocado más con la intención de contextualizar los hechos que el de reivindicar la lengua nativa. Esto hace que el lenguaje del cuento se aparte en gran medida del indigenismo y se ubique en la veta del andinismo. Es el lenguaje de los mistis y no del indio.
Los hechos ocurren en Abancay, a orillas del río Pachachaca, un valle interandino, fértil y abundoso, que aún ostenta el puente de cal y canto que fuera erigido por los españoles en la época de la conquista:”¿Ves el puente de calicanto? Sigue de pie como buen cristiano y se dijera que mira el horcón donde estás amaniatado”(PADILLA:99:18). El paisaje es disparejo, soledoso y dulce, dialoga con los hombres y comparte con ellos sus alegrías y penas. Esta nota lo acerca al indigenismo arguediano, por la forma cómo lo describe Matías, el narrador, pero se aleja de él porque no son los indios los que dialogan con él, sino los mistis. La soledad y sencillez de la sierra, en el pensamiento de los serranos, es beneficiosa y pura: “Tú perteneces a otro mundo donde se venden conciencias y la vida del humano no vale nada”(PADILLA:99:18:). En contradicción con la podredumbre de la capital contra la que se ensaña hasta la naturaleza:”¿Que el sol es fuerte? De buena duda me sacas. ¿Te has olvidado que estamos en Pachachaca, cerquita del río y frente a nuestros cañaverales? ¿Que te joden los mosquitos? Claro que sí. Tu sangre gangrenada con sabe Dios qué clase de mujeres, es miel de primera para estas sanguijuelas. ¡Es que ya no eres de nosotros, Nazario!” (PADILLA:99:18)
La historia puede resumirse de la siguiente manera: Nazario Rodríguez, después de haber huido de la casa paterna dilapidando en Lima, los bienes que subrepticiamente había hurtado de su padre, vuelve a Abancay, en busca del perdón. Se encuentra con Matías, su hermano menor, quien luego de vencerlo y maniatarlo pretende expulsarlo de la casa paterna en castigo del gran daño que había causado a la familia con su infame acción. Cuando está por cumplir su decisión, Raymundo, el padre de ambos, que por casualidad había regresado a la casa, reconoce a su hijo y lo perdona, ordenando a Matías que reconsidere su decisión, obligándolo a recibir al hermano en la casa.
¡Me Zurro en La Tapa! es un relato que partiendo de lo anecdótico satiriza la actitud negativa de la crítica literaria y el periodismo pueblerinos que fustigan y denigran los méritos de sus escritores, aniquilándolos si no encuentran un aliento en otros críticos que les hagan justicia. Josefrén, a quien Sancho Mostrejo fustiga constantemente con sus pullas, gana, inesperadamente, un premio con su cuento “Mister Bush”, avergonzando así al joven crítico que luego del ridículo no se atrevió a salir a la calle durante un año.
Pilón de Cal y Canto, es una historia en la que a través de monólogos interiores el protagonista recuerda los momentos vividos en la vieja casa que había dejado hace muchos años. La ternura brota en cada esguince en que el protagonista conversa con los recuerdos personificados en los muros y los restos de la vieja casa que habla en silencio. Es una tierna historia tejida con recuerdos distantes. El narrador protagonista conversa con sus recuerdos que han quedado dormidos, desde una lejana infancia, en los muros e instalaciones de aquel viejo caserón. Todo está diferente e igual, a la vez. Diferente por el paso de los años y el éxodo de su generación; igual, porque en cada rincón del valle, especialmente en el viejo pilón de cal y canto, duermen los espíritus que lo habitaron y hablándole retrotraen y reviven los recuerdos de aquella infancia feliz, inocente y sencilla, despojada de las complejidades del mundo moderno. Es un cuento muy tierno en que el afecto florece dejando atrás la trama estructurada en un diálogo ficticio entre el yo protagonista del narrador y el tú de sus recuerdos que hablan a través de la naturaleza. Es el recuerdo de la familia, donde Carlos Alberto, hecho ya hombre vuelve a Abancay y revive los felices momentos de su infancia, las alegrías y tristezas, el amor de su madre, la rectitud y sencillez de su padre y la ternura de las hermanas. El tema trae el recuerdo de muchos cuentos de Valdelomar y Warma Kuyay de José María Arguedas, las que asimila Padilla y transforma en un tierno relato que conmueve e inspira cariño por aquel pedazo de Perú donde pasó su infancia.
El narrador es protagonista, son sus recuerdos los que se plasman en el relato, y sus recuerdos que como torrentes de reminiscencias brotan, permiten al lector y al autor acercarse más a las escenas narradas. Con este recurso Padilla puede expresar toda la ternura y añoranza de aquella infancia vívida en su mente. Los recuerdos se tornan en escenas de la vida real, cuando el narrador deja de ser protagonista y se convierte en omnisciente o ajeno a los hechos. Este tránsito se realiza sin que el lector lo perciba, impidiendo grandes rupturas en el decurso del relato.
El personaje principal es Carlos Alberto, creación de Padilla para personificarlo, que al cabo de treinta años retorna a la tierra donde vivió su juventud, a la casona familiar donde creció y pasó sus días más felices y desde donde partió un día en busca de un futuro mejor: “Estoy, finalmente, ahí mismo desde donde un día desplegué las alas y me marché a buscar mi destino”. Es un añorante de su tierra que torturado por los recuerdos pugna por volver y, al encontrar el hogar destruido, la tierra sin los amigos de antaño, revive su infancia y la narra como yo protagonista, con una ternura que conduce al llanto y que se contagia con la naturaleza. Es un hombre muy tierno, añorante y sencillo que se convierte en niño para retrotraer las vivencias de aquella niñez que nunca olvidó por la sensibilidad de su espíritu. Representa al provinciano que pese a las andanzas lejos de la tierra, la añora y la recuerda con tanta intensidad que vuelve, en cada momento, a compartir con sus recuerdos los momentos de su infancia lejos del bullicio de las grandes ciudades, apartado del egoísmo de las grandes urbes, en una convivencia amical donde el tiempo transcurre entre muestras de afecto y hermandad, propios de los pueblitos de la sierra del Perú, donde la familia se extiende más allá de los límites de la consanguinidad. Estas vivencias son propias de cualquiera de los villorrios desperdigados en el corazón de los Andes, donde el hombre respira sencillez, amistad, ternura y cooparticipa de la vida. José Manuel, el padre, recreado a través de un torrente de ilusión y remembranza, es un guardia civil de los pueblitos serranos, querido por los compadres y amigos, que aspira que su descendencia tenga su misma profesión. En la sencillez y hosquedad de su carácter sabe hacerse querer y conduce a su familia hacia el sendero que él cree correcto, aunque por su limitada preparación no sea el más adecuado: “-¡Carlos Alberto!, ¿qué haces muchacho que todavía no vas al colegio? -exclama y su vozarrón resuena en el patio, ahuyentando a los pichitankas que me consolaban desde las cimas del añoso árbol./No puedo creer lo que estoy escuchando, pero esa voz estentórea de soldado hosco e inquebrantable que yo extrañaba tanto en mi destierro llena un vacío grande en aquel momento de retrospección... Te pasas la noche leyendo no sé qué cojudeces y no cumples con tus maestros./-No son cojudeces, papá, José Manuel./ Si no son. ¿Dime ahora mismo de qué se trata?/ -Estaba leyendo “El Conde de Montecristo”./-¡Qué condes ni qué vizcondes! De qué sirven esas vainas si no terminan en buenos calificativos, inocente muchacho. ¡Carajo, hasta cuándo vas a ser un cojudo! Lee tus cuadernos, lo que te dictan tus profesores y no me vengas con tonterías.” (PADILLA:99:27-28). Representa al producto de una educación memorística, cargada del utilitarismo de la filosofía andina, lo que hace de él un mestizo y no un indio. Exaltación, la madre, mujer cariñosa que se dejó arrobar por las canciones de don José Manuel, mujer sencilla y trabajadora que llena de ternura el hogar. Como en toda la sierra, es quien en la sencillez del hogar llena de consuelo y ternura las preocupaciones de los hijos. Nos trae al recuerdo, también a Valdelomar: “Los besos de mi madre una dulce alegría...” Se ocupa de las labores del hogar y del cuidado de los hijos: “Toma tu desayuno, Carlos Alberto - se escucha, de pronto en el patio, la dulce voz de mi madre, que me llama desde el comedor./-Ya voy, mamá- le respondo emocionado./-Apúrate, hijo, te hice las tortillas de choclo con quesillo que tanto te gustan. También te tengo requesón con miel de abejas. Apúrate hijo mío”.(PADILLA:99:28-29). Representa la madre de la clase media provinciana, es mestiza por sus acciones. Gladys, la hermana, cariñosa y humilde, colabora con su madre en los quehaceres de la casa y es la que brinda otro toque más de ternura frente a la hosquedad del padre. El Tuku Villegas, compañero de estudios, abusivo y boxeador, cobraba cupos a sus compañeros, es personaje de otro cuento que aparece en el mismo volumen. Representa al niño avivato que basa su liderazgo en la fuerza de sus puños y el temor que infunde en sus compañeros. No es indio por sus acciones y tampoco es explotador de niños indios. El compadre Fermín y los amigos que sirven para mostrar la solidaridad y reciprocidad andina, al igual que la pervivencia de la familia extendida que crea en las provincias un ambiente de amicalidad. Nota característica de la concepción indígena del hombre, pero que la asumen y practican los mistis en las ciudades de la sierra, en esta caso Abancay: “Compadre José Manuel, estas botijas de Upi y cañazo son de lo mejor. Son de la casa. Lo que se hace en Patibamba y en las grandes haciendas ya no son como antes. Ahora todo es comercial y lo comercial no se iguala con el aguardiente de chacra./ Soy viejo bebedor, compadre Fermín. Y sé lo que es bueno. No tienes que explicarme estas cosas. El trago de chacra, lo que haces tú con tus propias manos, es lo mejor y lo que vale. Llamaré a los vecinos para que sepan cómo es el verdadero cañazo./Y así comenzaban los días de fiesta.”(PADILLA:99:27).
La historia transcurre en Abancay, junto al viejo pilón de Cal y Canto que adornaba el patio de la casona desolada hoy, pero que en el recuerdo de Padilla se llena de vida. Los muros destruidos resumen ternura y cada lugar de la vieja casona retrotrae recuerdos felices, plenos de ternura y, sobre todo, vívidos como si estuvieran grabados en una película cinematográfica. El paisaje se alegra o se pone hostil, según sea la calidad del recuerdo, lo que se logra con el narrador protagonista y su tránsito hacia el omnisciente: “-¡Carlos Alberto!,... exclama y su vozarrón resuena en el patio, ahuyentando a los pichitankas que me consolaban desde las copas del añoso árbol... “Apúrate, hijo mío./Los pichitankas vuelven a poblar el duraznero. Saltan alegres de una rama a otra y dejan escuchar sus trinos como si estuviesen de fiesta” (PADILLA:99:27,29). Desde la casa vibra el paisaje de todo el valle del Pachachaca con la sencillez y la solidaridad de sus gentes, la feracidad del valle que comparte con ellos sus emociones. Es la pequeña ciudad de los Andes que está rodeada de naturaleza dónde se respira la vida silvestre que comparte con los hombres su naturalidad. Esta podría ser una nota indigenista, pero quienes lo viven no son indios, son mestizos.
En esta narración, el lenguaje transita en dos niveles, el castellano estándar utilizado por el narrador cuando relata sus recuerdos, lleno de ternura y reminiscencia lograda por la combinación de los tiempos del verbo que va del presente al pretérito y lo reiterativo de los adjetivos, que a veces se utilizan en diminutivo para intensificar en ellos la carga afectiva. El castellano abanquino, con voces y giros propios de la región le dan a la narración un sabor terrígena muy acentuado. Esto último se atenúa bastante en esta narración.
Resumiendo la historia puede decirse que Carlos Alberto, narrador-personaje vuelve a su tierra después de treinta años de añoranza y al llegar a ella encuentra grandes cambios ocurridos a través de los años. Llega a su casa y extasiado por los recuerdos los revive en escenas tiernísimas, donde la severidad del padre quiere transformarlo en soldado y el cariño de la madre llena su alma de ternura. Al final, quiere seguir tras sus recuerdos aunque éstos le sean ingratos como la actitud abusiva del Tuku Villegas.
Réquiem por Amadeus tiene como motivo la evocación de los momentos entrañables vividos con un viejo gato que, transformados por la imaginación, van sucediéndose en la mente de Padilla. Para lograrlo, emplea el monólogo interior efectuado en un aparente diálogo con los recuerdos que se agolpan en su mente. Este recurso produce un lirismo indescriptible en el que se personifican los recuerdos, los sueños y las tristezas del autor y su familia.
En El Tuku Villegas se presentan reminiscencias infantiles ocurridas en un colegio de Abancay, donde este personaje debido a su fuerza y pericia como boxeador abusa de sus compañeros cobrándoles cupos para no maltratarlos. El temor que les causaba es tan grande que su recuerdo es imperecedero y se convierte en pesadilla después de años. El tuku Villegas es el personaje extraído de todas las escuelas serranas del Perú, constituyéndose, por lo tanto, en el prototipo del abusivo que cobra cupos y persigue a sus víctimas no sólo en las aulas, sino fuera de ellas, a través del recuerdo imperecedero que deja en la mente de todos sus compañeros. El odio que despiertan sus acciones los conduce a la venganza y en cuanto pudieron, jugando a la guerra lo apresaron y luego de patearlo maniatado, lo dejaron amarrado a un árbol, junto con su compañero de batalla que después de desatarse lo abandona amarrado, en castigo de sus maldades. A la vuelta de muchos años, el narrador testigo, sueña con el Tuku en una horrible pesadilla, de la que se despierta cuando está a punto de morir en manos del terrible Tuku.
Como personaje, el Tuku Villegas es un niño fuerte y abusivo, que por ser uno de los mejores boxeadores de la escuela maltrataba a sus compañeros propinándoles toda clase de golpes. Les cobraba cupos a fin de protegerlos. Era temido por todos los niños de la escuela y formaba un grupo casi invencible con el Rocoto Ramírez y el Pato Ballón. El narrador-testigo es un niño debilón y tímido que pagaba los cupos para evitar ser agredido. Temeroso como todo niño andino, se venga dejando al Tuku atado a un árbol enrostrándole sus maldades. Los compañeros, niños que, también, temían al Tuku por sus maldades y su fuerza se vengan de éste atándolo a un árbol y abandonándolo en la oscuridad de la noche. Ninguno de los personajes es indio ni actúa como indio. Todos son niños de la ciudad, mestizos en cuyos juegos y quehaceres no se destacan acciones que los conduzcan a comportarse como tal.
Las acciones ocurren mayormente en Abancay, en una escuelita primaria y en los alrededores de la ciudad donde la vegetación permitía juegos violentos como la coboyada, en la que los niños peleaban a pedradas y palazos a fin de vencer. Hay un desplazamiento hacia el Santuario del Señor de Huanca y algunas escenas se producen en la ciudad de Puno, en el barrio Chanu Chanu, hasta donde llega el recuerdo del personaje malvado en forma de pesadilla.
En este cuento, Padilla emplea el castellano estándar que pone en boca del narrador testigo, quien relata toda la historia como un torrente de recuerdos, que termina en una ruptura en el tiempo en la que se trasladan las reminiscencias al presente a través del recurso onírico, en una pesadilla. Se intercalan muy pocas voces regionales, especialmente los nombres de los lugares y los apodos.
La historia puede resumirse así: el Tuku Villegas es un niños abusivo y boxeador que golpea y cobra cupos a sus compañeros para no lastimarlos. Un día jugando a la coboyada, aprovechando de la ventaja numérica los otros niños vencen al Tuku y a su compañero, que esta vez era el narrador-testigo, a quienes, luego de maltratarlos, los atan a un árbol y los abandonan a su suerte, no sin antes soltar sólo al compañero. Llegada la noche el Tuku suplica a su compañero que lo suelte y éste, para vengarse de todos los maltratos lo abandona también. A la vuelta de los años una pesadilla vuelve a reunirlos en Chanu Chanu y el Tuku se venga de su compañero amenazándolo de muerte, salvándose de ella al despertar. El Tuku Villegas, es una joya narrativa basada en recuerdos infantiles de la época escolar, el personaje es un niño explotador de sus compañeros, a quienes ultraja constantemente. Ellos encuentran la ocasión de vengarse y lo hacen. Sin embargo, esta venganza retorna como un bumerang hacia el narrador testigo que después de años sueña con un desenlace fatal que se interrumpe al despertar. Este final feliz en la historia y en la técnica narrativa es impresionante y rompe con el tiempo y las secuencias.
La Muerte del Cicuta Roldán constituye un motivo para criticar la actitud politiquera de algunos candidatos que olvidan sus promesas electoreras cuando llegan a la curul. Lo andino de este relato está en el hecho de que un viejo kolli se convierte en la conciencia dialogante del personaje, que, a la vez, es su verdugo, que prometiendo salvarlo lo engaña y ahorca, vengando así el agravio que el Cicuta había hecho engañando a los ingenuos habitantes de su pueblo.
La Huella de sus Sueños Sobre los Siglos es una narración que linda con la historia; pues, parte de ella, y se lanza por los mundos de la predicción, donde los sueños del protagonista, que son premonitorios, predicen un amanecer diferente para nuestra Patria. Es la historia vista desde el pasado hacia el presente en una ruptura excepcional del tiempo que nos permite transitar desde lo remoto hasta el presente, constituyendo éste el éxito que condujo al relato hacia la consagración, al obtener un lugar entre los mejores del premio nacional César Vallejo organizado por el diario “El Comercio” de Lima (1993). Don Gabriel es un revolucionario cuyos sueños premonitorios lo convierten en líder de una conspiración independentista que fracasa por intervención de las autoridades y concluye con la muerte del protagonista, luego de un juicio cuyo único fundamento está en los sueños del mismo. Uno de ellos es la causa de su sentencia, el soñar con la muerte del juzgador, don Manuel, el Regidor del Ayuntamiento.
En el prólogo de La Huella de sus Sueños Sobre los Siglos dije: “Feliciano Padilla extrae sus personajes de la historia, la anécdota familiar o laboral, las vivencias amicales o los recuerdos personales, tejiendo una trama, mitad vivencia, mitad imaginación, en las que ensaya técnicas renovadas. Ubica al narrador en los ángulos más inesperados, sus escenarios son reales, descritos con imaginación y sentimiento, ubicándonos de esta manera en el lugar y la época en que quiere situar los hechos narrados. Con todos estos recursos como lectores ingresamos al mundo ideológico en el que se mueve, donde amamos, odiamos, nos sonreímos y, sobre todo compartimos con él, un mundo idealizado de valores. Es un cuento en el que Padilla muestra su madurez literaria; en él hay reflexión, sentimiento, mesianismo y deseos de convertir a la historia en motivo de reflexión para iniciar desde sus cimientos la construcción de una nueva patria con instituciones más sólidas y más acordes con nuestra realidad (Cáceres:1994).
La Mama Grande es la historia de doña Alfonsa, la abuela, que arrobaba a los nietos y otros niños de Abancay con sus historias fabulosas, las que narraba con una vivacidad increíble. El primer nivel de esta historia, es la de su matrimonio donde se muestra que fue una joven que vivió en el valle del Pachachaca y allí aprendió a respetar las normas de la sociedad andina plena de solidaridad, respeto a la persona y a la vida de sus semejantes y a las instituciones sociales. Su matrimonio es el ejemplo del sacrificio por el bienestar de los demás y el derecho a la vida: Se había casado con Florentino sacrificándose, sin saberlo, para que éste acariciara el sueño de toda la vida. A pesar de todo, respetó su decisión tomada al pie de la tumba de un engañoso suicidio, aunque toda la vida llevó en el alma el peso de la mentira. Este matrimonio no la hizo infeliz porque su entereza de ánimo y sus deberes como cristiana la llevaron a sobreponerse al amor: “Dice que de joven era muy bonita y codiciada por muchos pretendientes; pero ella no quería todavía a nadie, aunque decía que le hubiese gustado casarse con José, la persona que le provocaba un temblor en el cuerpo cada vez que se cruzaba en su camino. Sin embargo, Florentino, porfía que te porfía como un burro terco que no da su cuello a torcer y; ella indiferente sin dar ninguna señal que pudiera leerse como atracción mutua, hasta que el muchacho una noche se tomó un vaso de aguardiente de caña de azúcar y se fue a casa de la joven Alfonsa para decirle que era hora de ponerle coto a tanto sufrimiento y a confirmarle su amor infinito delante de sus padres. La respuesta no varió en nada. Posteriormente se inventa una estrategia para doblegar la voluntad de Alfonsa/...Florentino se ha envenenado y se está muriendo en este momento... Está muriéndose mi hijo por ti, Alfonsa... Luego intervinieron con mucha resolución los padres de Alfonsa y le reprocharon que tuviera un corazón de roca incapaz de sentir piedad ni siquiera en la hora de la muerte de un cristiano. Ante este cerco inquebrantable de todos no tuvo más remedio...”(PADILLA:99: 50-51). Con esta actitud Alfonsa demuestra el respeto a las instituciones y la solidez del matrimonio en los pueblitos de los Andes, solidez que proviene del matrimonio indígena, en el que puede sacrificarse el amor pero no la familia y las razones de la separación son muy pocas, pues la matrona permanece fiel al esposo que nunca amó, le dio hijos y cuidó de sus nietos. Luego de la muerte de su esposo, siguió su vida arrobando a los niños con sus historias, hasta que un día se marcha hacia la capital donde muere cargada de tristeza, pues no pudo acostumbrarse al bullicio. Doña Alfonsa, la Mamagrande, había hecho su vida respetando las normas de aquella sociedad. Arrobaba por la ternura, imaginación y vividez de sus historias. Es una pintura hermosa de la matrona serrana que ama su familia, respeta sus principios morales, sus costumbres y quiere entrañablemente su tierra y su cultura. Con esta actitud, doña Alfonsa representa el respeto a las instituciones sociales: la religión, el matrimonio, la solidaridad y las normas de convivencia, tan arraigadas en los pueblos de la sierra donde los principios morales se han sincretizado y han enraízado, rompiendo prejuicios como el del “único amor”, que a veces destruye hogares y con ello las bases de la sociedad constituidas por familia que tiene su nacimiento en el matrimonio. El segundo nivel está en su actitud luego de la muerte del abuelo Florentino, ella deja su soledad y se convierte en la narradora de cuentos, es la narradora de los Andes, infatigable, inolvidable, que desarraigada de su terruño muere de angustia por la añoranza de su tierra y de su público. Se convierte en un personaje infaltable en los pueblos andinos, la narradora, que en cada casa, a través de la narración de historias no sólo entretiene a los niños, sino educa y socializa. Su papel se está perdiendo debido a la complejidad de la sociedad actual donde los quehaceres del hogar, las comodidades, la televisión y otros factores vienen destruyendo esta importante tarea. El tercer nivel es el desarraigo de la tierra, el que la conduce a la muerte. Es la antigua y vigente lucha entre la costa y la sierra del Perú, entre la tranquilidad de los pueblos enraízados en los Andes, el calor humano que vivifica a sus pobladores y facilita la convivencia, frente a la agitación, el individualismo y la indiferencia de las grandes ciudades de la costa. Es la lucha de las provincias con la capital, aquel monstruo que devora sus miembros.
Padilla ubica el narrador como testigo, el uso del pasado para representar los hechos hace que este narrador testigo sea un hombre que añora a la abuela que ya murió pero que su recuerdo es imperecedero, como lo es la narradora andina: “Los niños, bulliciosos y eufóricos como pichitankas en tiempos de primavera, la cercábamos al rededor del fogón, para escuchar horas de horas sus hermosos relatos. La abuela Alfonsa se acomodaba sobre un cuero de oveja, pikchaba tres puñados de hojas de coca, miraba al imponente nevado Ampay a través de la ventana, pronunciaba algunas frases secretas y con un fuerte chasquido de los dedos nos separaba de la realidad y nos introducía en otros mundos creados por la magia de su voz”(PADILLA:99:47). El narrador testigo es un recurso narrativo para expresar desde adentro la admiración y el cariño que sienten los niños y el autor por este personaje que representa una institución andina.
Como personaje la mamagrande, una mujer mestiza típicamente serrana, con gran entereza para respetar los valores morales de la sociedad en que vive, arraigada a su tierra y a sus costumbres, acostumbrada a la tranquilidad y al calor de la pequeña ciudad, se convierte en un prototipo. Doña Alfonsa representa a la matrona de las pequeñas ciudades de la sierra, sólida en sus decisiones, pilar de la familia y agente de la educación a través de la tradición, propia de la cultura indígena e introducida en las ciudades por acción del sincretismo. Florentino, joven enamorado que no vacila en el engaño para obtener lo que quiere. En la narración su papel es secundario, pues sirve para relevar los rasgos de doña Alfonsa, sobre todo su respeto a la religión y a la solidez de la institución matrimonial. Los nietos, auditorio predilecto de doña Alfonsa, remarcan la sencillez y tranquilidad de la familia andina, la solidez de sus lazos y el calor humano que los conduce al arrobamiento mediante las historias.
Los hechos ocurren en Abancay, en la casa de la familia, llena de calor humano, de tranquilidad y la sencillez de los hogares de las pequeñas ciudades andinas. Un hogar mestizo y de clase media, donde el sincretismo ha introducido costumbres indias. No es un hogar indígena ni la abuela Alfonsa es indígena, es una mestiza y el ambiente en que se desenvuelve, también es mestizo. No se da en el relato ninguna controversia entre mistis e indios por lo que no se puede decir que este cuento sea indigenista.
En esta historia predomina el castellano estándar, con ligeras introducciones del castellano abanquino. Esto sólo puede observarse cuando el narrador testigo es sustituido por el ajeno a los hechos, en los que son los personajes mismos los que hablan. En este caso se utiliza el lenguaje regional, con inserciones de términos y giros localistas, que en esta narración son muy pocos:”-Más pecado es que lo dejes morir sin cumplir su último deseo. Por favor, él no es un perro sin dueño, tiene padres. Te dejará la casita que está cerca del río y una chacra para que siembres yucas y camotes”(PADILLA:99:50).
La historia se puede sintetizar así: la abuela Alfonsa muere en la capital de añoranza, pues la sacaron de Abancay contra su voluntad. De joven había sido muy hermosa y tenía muchos pretendientes. Por una jugarreta que le hizo Florentino se casó con él, pues éste, al sentirse desdeñado fingió suicidarse y los padres de ambos la obligan a contraer matrimonio. Sin embargo ella hace su vida y su hogar, respetando las leyes sociales y el divino lazo del matrimonio. Viuda, tras largos años de vida conyugal, se traslada a casa de sus nietos donde por la gran habilidad de narradora se gana el cariño y la admiración de todos los niños. Todos la extrañan luego de su partida a la capital.
Los Reyes de Oruro es un relato basado en una narración oral tradicional que cuenta la desaparición de una banda de músicos que fuera arrastrada a las profundidades de un cerro por el Anchancho. Padilla recrea la historia y le da una vivacidad inesperada explotando así el realismo mágico de la literatura no oficial que anónimamente subyace y coexiste con la oficial.
Guseppi di Milano es la historia de un inmigrante italiano, bachiche que aguijoneado por la tristeza de un engaño amoroso enferma de avaricia y ansias por volver a su tierra. En su locura pierde la memoria y la vida, quedando de él, sólo una lápida con cuyo epitafio su voluble esposa trató de perennizarlo para desagraviar un cariño que fue grande. Es la expresión del calor con que los hombres serranos reciben a los inmigrantes y cómo la sierra atenaza con sus garfios de cariño a todos los que viven en el espinazo de los Andes.
El narrador es omnisciente y se coloca en esta situación para narrar desde afuera los hechos. No hay necesidad de acercarse mucho a ellos pues el bachiche debe demostrar frialdad y sus hechos deben apreciarse sin el calor humano que tienen los habitantes de la ciudad.
Como personaje, Guseppi di Milano, un inmigrante italiano que se afinca en Abancay, vive lleno de esperanzas y su constancia y trabajo lo llevan a triunfar. Es amoroso con su esposa, pero ésta lo decepciona, por lo que se torna avariento hasta la desesperación y la locura. Su infertilidad labra la desgracia de su hogar. Carmelina, joven hermosa que no puede soportar la desgracia de un hogar sin hijos, de esposa fiel se torna en disoluta, infiel y licenciosa. Tiene prejuicios sociales y como mestiza desprecia a los cholos. Representa a la mestiza serrana que rompe las normas del matrimonio endogámico, lo que labra su infelicidad. No existen personajes indios que contrasten con los anteriores, por lo que no puede calificarse de indigenista el relato.
Las acciones se realizan en Abancay, pueblito ubicado en las estribaciones de los Andes, abierto para los extranjeros siempre que reconozcan en ellos capacidad para el progreso. Se practica intensamente la reciprocidad, y el calor humano se manifiesta en las acciones de la hermandad. La moralidad de control social se manifiesta en las críticas y pullas que se le hacen a Guseppi por la conducta disoluta de su esposa. Los mestizos han asumido la moral de control social procedente de la cultura india que no está presente en el relato sino como un rebrote de substrato y que es propio, debido al sincretismo de todos los pueblos de los Andes.
Padilla emplea el castellano estándar en casi todo el relato, excepto cuando pone en boca de Guseppi algunos diálogos, donde trata de imitar la variación de éste influida por el italiano, con el fin de lograr una pintura cabal del inmigrante. Sólo en algunas partes acierta con este recurso: “-Carmelina, quiero un bambino, muchos bambinos que hagan bulla en tuta la casa... -Carmelina, te doy il divorcio y gran capitali para una vita sin preocupationi. No mi importa si seas una puta tuta la vita” (PADILLA:99:64-65)
Resumiendo la historia se tiene que Guseppi di Milano llega a Abancay donde se afinca luego de huir de las persecuciones políticas en Italia. Su constancia y conocimiento del trabajo en alambiques lo conducen al éxito y se casa con Carmelina, quien al conocer que éste no podía tener descendencia, se vuelve disoluta para la burla de los pobladores de la región. Se divorcia ante la desilusión de Gusseppi que se torna avaro hasta que en un ataque de amnesia pierde la ilusión de toda su vida: el tesoro que había juntado durante tantos años. Al tratar de encontrarlo muere, quedando de él sólo un recuerdo en su lápida.
No te me Mueras en el Camino es la historia de Feliciano Hilares, hacendado de las alturas de la provincia de Grau, que muere víctima de su orgullo y rivalidad con los Buendía, a quienes decide robar ganado en venganza de un hurto anterior. El cuento presenta la virilidad del hacendado de aquellas alturas en que el valor se demuestra en las acciones bélicas, en la destreza del jinete y en la posibilidad de conquistar cholas. La moralidad radica, más que en la honradez en la hombría; en la lealtad al amo, más que en al honestidad de comportamientos; y Feliciano Hilares es un hacendado-abigeo cuyo poder radica en la violencia de su carácter, en la lealtad de su gente y en el gran éxito que siempre tuvo para domar potros y mujeres. Halla la muerte por una traición de sus peones, el menosprecio a una de sus amantes y, sobre todo, a la debilidad en un momento de lucha.
El narrador es testigo y desde el interior del relato a grandes voces grita el orgullo que tiene de pertenecer a los Hilares, y en suma a los hacendados grauinos. Durante todo el relato se desconoce la identidad del narrador que se manifiesta sólo al final cuando Cléver Hilares promete venganza.
El protagonista es Feliciano Hilares hacendado, dueño de Fato, colindante con Pitumarka. Un hombre rudo, autoritario, orgulloso y valiente. Basaba su orgullo en la gran capacidad de domar potros y conquistar mujeres, su hombría en hacerse justicia por las propias manos, su honestidad en el prestigio de su nombre y en la lealtad de sus hombres. Es un misti que no contrasta su valor con ningún personaje indígena. Cléver Hilares, es el narrador testigo, hijo de don Feliciano que tiene rasgos muy similares a su padre. Relata las correrías de aquél, resaltando el orgullo de los de su familia. Los Buendía, son una familia de hacendados vecinos a Fato, dueños de Pitumarca, hombres rudos, autoritarios, orgullosos y valientes, rivales de los Hilares, contrastan con éstos para mostrar la valía de los hacendados de la comarca. Son mistis y los indios que los secundan no tienen acciones dignas de destacar.
Las acciones ocurren en las alturas de la provincia de Grau, un territorio alejado de la urbe, donde los pleitos se resuelven entre hombres, sin recurrir a la justicia. Aquí el orgullo se basa en el poder de la fuerza, del valor, de la hombría y de las habilidades que requiere un hacendado para imponerse: domar potros y mujeres, vencer en las batallas, robar reses. El poder de los hacendados es omnímodo y la sumisión de los suyos está sustentada en el valor y la astucia de quienes mandan.
El lenguaje utilizado es el dialecto regional de las alturas de la provincia de Grau, con las expresiones típicas de los mistis: “No creo que nos sigan esos canallas; ya han hecho lo que debían hacer; joderte como a una manso cordero. ¡Carajo, los Buendía me las pagarán con creces! Lo que me amarga es que tus cholos se fugaran en estampida apenas oyeron tronar las carabinas y te dejaron solito en las garras de tus enemigos. Y tú te rendiste como un cojudo. ¿Cómo pudiste creer en la palabra de un Buendía? No bien te desarmaron te dieron una pateadura de señor y mío y luego te pasaron el puñal por el gaznate. Así te dejaron esos malditos para que mueras desangrado en estos pajonales... Don Feliciano, ahora te ha tocado perder. Tampoco habrá quejas ni juicios; la experiencia nos ha enseñado que no hay por qué dar de tragar a los tinterillos. Dices que traías treinta de los mejores toros y vacas de propiedad de los Buendía...” (PADILLA:99:89-90)
La historia puede resumirse así: Cléver Hilares, hijo de Feliciano Hilares, conduce el cuerpo moribundo de su padre que ha sido maltratado por los Buendía. En el camino le increpa su proceder, pues no debió vengarse de éstos cuando él no estaba presente en Fato. Le recuerda que durante la refriega que tuvo con sus rivales, después de haberles robado su ganado, quedó sólo, abandonado por sus secuaces que se portaron cobardemente. Le ruega que no se muera en el camino y que resista, como hombre que es, hasta llegar a Fato donde se le dará cristiana sepultura. Feliciano muere en el camino y su hijo, le promete venganza pues los Buendía han mellado la dignidad de la familia.
En Malica y el Capitán Pichilingo se presenta a una hermosa dama que con su astucia y sus encantos vence el acoso del capitán avergonzándolo con una sorpresiva acción que destruye los arrestos que tenía éste. La ruptura sorpresiva de los hechos y el desenlace feliz para Malica y vergonzoso para el capitán nos arranca una sonrisa propia del humor velado que caracteriza algunas narraciones de Padilla, un humor que es producto de una fina ironía que aparta las narraciones de todo groserismo chabacano. Es meritorio el empleo del lenguaje en este texto, pues el autor pone en boca de los personajes la expresión cabal y justa a su condición y clase social.
Con los Pitones en Ristre es una narración anecdótica fabulada en base a personajes reales que han marcado época en nuestro medio. Su nota básica es la ironía que arranca a los lectores una sonrisa franca a través de una ruptura del plano de la realidad en el nivel de las acciones y en el nivel verbal. Si a esto se suma la trascendencia de los personajes en la realidad misma, el éxito es mayor. Hay que conocer a los personajes para reírse más.
En realidad, este ramillete de relatos es digno de leerse con detenimiento para lograr un agradable diálogo con el autor y gozar con su compañía tan amena a ratos, tan subjetiva en otros y, sobre todo, tan grata que nos permite pasear por el país de sus sentimientos, los mundos imaginados y reales que crea en sus relatos, compartir aventuras con sus personajes y sonreír con la ironía que sutilmente esconde cada narración.
Dr. JUAN LUIS CÁCERES MONROY
Profesor de Interpretación de Textos
Literarios de la Universidad Nacional del Altiplano
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