Por Gloria Mendoza Borda
La poeta Carmen Luz Bejarano recrea la infancia y su tierra lejana Tanaka en casi toda su poesía: “Mi tierra era pequeña/ apenas / un puñado de brazos / las lámparas en alto / el olivo / la semilla / y sus palomas”. El pintor Alberto Quintanilla se sumerge en diversos episodios de la infancia y nuestra historia cusqueña, nos presenta sorprendentes cuadros llenos de sueños y colores que lidian con duendes. El pintor noruego Edvar Munch se instala en la infancia y adolescencia para presentarnos expresiones de desesperación, gritos, soledad, alcoholismo, decepción y angustia. La danzarina Isidora Duncan busca el renacimiento del ayer en su danza, trabaja con niños. En casi todos los cuadros del pintor James Ensor encontramos una galería de recuerdos de la infancia entre máscaras y soledades escalofriantes.
El Dr. Manuel Baquerizo nos recuerda que “Laura Riesco, Carlos E. Zavaleta, Edgardo Rivera Martínez, Tulio Mora y Samuel Cardich, quienes en novelas y poemas, también recogen visiones intensas de la niñez y del lar nativo”. Una novela extraordinaria que nos habla de la infancia con una prodigiosa naturaleza humanizada es Los ríos profundos de José María Arguedas. En todos los lugares narrados por el autor de Los ríos profundos transitó Feliciano Padilla, en los primeros años de su vida que pasó en Abancay. Cuando apareció en la literatura sabíamos que era puneño, claro que lo es, allí están los amigos, su juventud, allí está su carrera profesional, la Universidad donde trabaja y, fundamentalmente, allí escribe, allí sueña, allí lía con las palabras. Hace algunos años la Municipalidad de Abancay lo declaró hijo ilustre. Al parecer ese retorno luego de 30 años lo marcó hondamente, lo marcó para siempre en un vuelo de imaginación tras la añoranza de la tierra donde creció, donde pasó la primera infancia; bastó ese regreso para que empezara una nueva etapa en su creación literaria. Creo que con estos cuentos, a partir de este retorno, se constituye en uno de los mejores cuentistas que tiene el Perú y que escribe ejemplarmente desde la provincia. Escuchemos cómo narra su retorno a Abancay en el cuento Pilón de cal y canto.
Indudablemente es un cuento que narra la infancia del autor:
“Estoy, finalmente, ahí mismo desde donde un día desplegué las alas y me marché a buscar mi destino (...) Todo ha cambiado, desde su gente hasta su propio paisaje. No está más Wanupata ni el río Olivo (...) La hacienda Patibamba ha desaparecido y su hermoso parque donde, algunas noches, escuchaba de niño cantos de hadas y notas armoniosas de pianos, es ahora un corral de cerdos.
Ésta fue mi casa. Ahora es un galpón desolado. La gente se ha llevado las puertas, el tiempo la ha desmontado y los transeúntes han terminado de forzar los maderos y cojinetes para usarlos de combustible. Pero, está el árbol de higos al centro mismo del patio y cerca de un pequeño estanque donde yo solía jugar a los barquitos y criaba los bagres que traía del río Mariño(...). Miro el pilón y me dan ganas de llorar recordando mi niñez, aquellos domingos familiares y días de fiesta en que todos nos juntábamos y compartíamos los cuyes rellenos y la chicha de maíz que mamá Exaltación y la pequeña Gladys, mi hermana, preparaban con tanto amor”.
Padilla confiesa que es puneño, nos llena de contento, pero se impone la patria chica que todos tenemos en el corazón y que para él es Abancay, a pesar de que no nació allí; confiesa que nació de casualidad en Lima. Abancay es la patria chica, la de la infancia que se hace universal. Feliciano Padilla como Jorge Flórez Áybar, Zelideth Chávez y Luis Gallegos son los narradores andinos y puneños más representativos de la época republicana.
Es indiscutible su presencia en la cuentística nacional. Posee varios premios ganados. La publicación de Amarillito amarilleando y otros cuentos” de Feliciano Padilla (Editorial San Marcos, Lima 2002, 302 páginas) constituye una verdadera fiesta de letras en estos tiempos donde la vida se hace difícil. La carátula presenta una bellísima fotografía con un fondo de la flor de retama que vive en la memoria de todos los que amamos el mundo andino.
Su maravilloso cueto Amarillito amarilleando nos aproxima a Los ríos profundos” de Argüidas: la peste, Wanupata, la naturaleza exuberante. El cuento que da título al libro nos presenta al personaje principal Benedicto Morales, curandero que pasa de los cien años, hijo de un caporal de Patibamba. Nolberto Secada, enfermo de tisis, acude al curandero, entablándose un largo diálogo. Por momentos, más parece un monólogo de Benedicto, quien cuenta la historia escalofriante de Simeón, su hermano menor, y de la peste amarilla que azotó Abancay, donde los niños fueron enclaustrados por la fiebre. Benedicto y Simeón enfermaron también; la situación fue traumática para Simeón: deliraba y hababa otras lenguas... Los padres desesperados llamaron a los vecinos, al brujo Áybar, y nada. Llamaron al Dr. Casaverde, quien adujo que parecía que estaba hablando chino, japonés o alemán. Llevaron a la casa al cura Bolo: dijo que deliraba en una lengua desconocida llamada sánscrito. Una niña andina Rosacha descubrió que esa lengua era aymara.
Pero la fiebre siguió y Simeón desvarió terriblemente. En esas circunstancias desesperadas los padres llevaron a la casa al cura Salustiano conocido como borracho. Cuando Simeón lo vio enfureció. Se carajearon, se pegaron, se gritaron “Vuelve a la vida Simeón”, “Vuelve al buen camino”. Finalmente, salió el cura del cuarto maltrecho. Se le habían desprendido los dedos a Simeón en el forcejeo, en extrañas circunstancias.
El autor escribe “En realidad todo se encontraba amarillo: el río y los cerros, el cielo y los bosques ... , flor de retama, amarillito amarilleando a la orilla de los caminos de la vida”.
Nolberto escucha esta historia en silencio convencido que será curado por Benedicto, quien le dice que lo sanará con yerbas y que deberá tomar sangre de murciélago. Nolberto lo observa y ve que al curandero le faltan dos dedos de la mano izquierda. Sobresaltado le responde y le pide que no diga a nadie porque de lo contrario empeorará su enfermedad. Le confiesa su secreto que él es Simeón y no Benedicto.
Confieso que es uno de los cuentos más hermosos que leí en los últimos tiempos y que siento orgullo de la amistad de Feliciano con mi familia. Sin pensarlo somos una modesta familia letrada. En Feliciano no fue necesario ir a vivir a Lima para estar instalado en la narrativa peruana como uno de los mejores escritores de las últimas generaciones. Feliciano escribe desde la provincia y tiene un lugar ganado en la literatura como escritor andino. Desde la década del 80 hasta la fecha nos tiene acostumbrados a sus constantes publicaciones, a las distinciones nacionales ganadas. Estamos acostumbrados a encontrar sus trabajos en pulcras antologías de cuentos. Felicitaciones Feliciano. Quedamos en espera de otros libros que reafirmarán indiscutiblemente la literatura andina en la que transitamos con entrega total y estudio. Quiero terminar con las palabras del maestro Baquerizo que pinta de cuerpo entero la obra de Feliciano Padilla: “... tiene el don de narrar: más allá de la mera descripción, va de frente al relato de un hecho o acontecimiento. No se regodea en la pintura de los escenarios ni en las especulaciones interiores, hoy tan en boga ... Feliciano Padilla, como tantos otros narradores que escriben en provincias o sobre las provincias (Samuel Cardich y Andrés Cloud, en Huánuco; Enrique Rosas Paravicino y Mario Guevara, en Cusco; Macedonio Villafán, en Huaraz; Zeín Zorrilla, en Huancavelica) muestra, pues, el nuevo rostro del Perú: el de los mestizos de la Sierra. Los personajes, su imaginario y su lenguaje corresponden a un mundo en ebullición que todavía está por descubrirse y revelarse. Padilla sería uno de sus más expresivos intérpretes”.
miércoles, 16 de septiembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario